Walter Bonatti decidió escalar su vida en solitario. Una mala
experiencia durante la expedición que holló por primera vez en la
historia el K-2 le llevó a entender el alpinismo como una experiencia
individual. Nacido en Bérgamo en 1930, se convirtió con apenas 24 años en uno de los hombres más importantes del montañismo mundial. Ha muerto en Roma, a los 81, como una leyenda y arropado por su verdad, la única.
Fue un genio del alpinismo y bastante más que eso. Entre otras muchas
virtudes, encarnaba el alpinismo puro, el alpinismo incorruptible. Los
hay que admiran al Bonatti, que pudo con el Pilar Suroeste del Dru en
1955 y con el Gasherbrum IV, tres años después; los hay que los admiran
porque fue el hombre que hizo lo imposible por salvar a sus seis
compañeros en la cara sur del Mont Blanc, retirándose del Pilar del
Frêney en un lucha horrible por sobrevivir. Pero si cabe admirar algo en
Walter Bonatti (Italia, 1930-2011) es su extraordinario espíritu de
aventura y su enorme cultura, valor que le permitió mudar de piel cuando
la de alpinista quedó consumida.
Bonatti perdió la fe en el ser humano en 1954, durante la conquista del
K2. En las laderas de la segunda montaña más elevada del planeta (8.611
m), sus compañeros de expedición Lacedelli y Compagnoni forzaron una
experiencia extrema. Bonatti y el sherpa Mahdi habían porteado seis
botellas de oxígeno hasta los 8.100 metros de altitud, pero Lacedelli y
Compagnoni habían montado el campo de altura más arriba. Se hizo de
noche, Bonatti no veía la tienda y a gritos logró comunicarse con sus
compañeros, quienes le conminaron a que descendiese. No había luz
suficiente para emprender el descenso y Bonatti y Mahdi pasaron la noche
al raso, experiencia desconocida para el ser humano. A Mahdi le
cortaron todos los dedos. Bonatti, físicamente indemne, apenas 24 años
de edad, sufrió posteriormente un calvario psicológico: nadie quiso
creer su versión en Italia para no empañar la fiesta de la
conquista del K 2. Bonatti invirtió medio siglo en demostrar su
inocencia y no cejó hasta que el Club Alpino Italiano le pidió perdón.
Entre medias, se refugió en las cimas y en sí mismo: tenía que aprender a
confiar de nuevo en el prójimo. Así se hizo su leyenda. Con 35 años, su
popularidad y su elevado nivel intelectual le permitieron fichar por
Época, publicación para la que trabajó escribiendo acerca de viajes tan
remotos como intrépidos.
Cada cual sacó su propia lectura. Bonatti tomó como decisión temporal
la de lanzarse al alpinismo sin más compañía que algún recuerdo
personal en su petate. El solo abrió una nueva ruta en el pilar suroeste
de la Aiguille du Dru, en 1955, un pilar que fue
bautizado con su nombre y que curiosamente terminó de derrumbarse dos
días antes de su fallecimiento.
El Mont Blanc, la primera ascensión al Gasherbrum IV, Cerro Mariano Moreno y el Rondoy North
figuran en su lista de proezas en una época en que el material no
ofrecía ni las ventajas ni la seguridad de hoy en día. El hombre frente a
la montaña.
En 1961 decidió, por fin, contar lo que realmente había pasado aquella noche en el K2 y su libro “A mis montañas”
se convirtió en toda una declaración de principios que además sirvió
para que sus entonces compañeros de expedición reconocieran su versión
de los hechos.
A
partir de 1965, el alpinista italiano cambió las montañas que le dieron
la vida para dedicarse a ellas de otra forma: escribiendo, y sobre todo
fotografiándolas, y ha seguido haciendo reportajes en revistas de viajes durante más de 30 años. A los 81 años, Bonatti falleció en su casa en Roma.
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